Gorda se puede ser, se puede ser gorda
- entreputesyflautas
- 24 ago 2020
- 5 Min. de lectura
Por Rocío Grucci

Puedo escribir que hace tiempo lucho, y sí. Durante casi toda mi vida he luchado contra mi cuerpa. No por ella. He tratado de deshacerme de algo que soy. Deshacerse de una misma es imposible. Qué más yo, en el mundo que mi cuerpa.
Siempre me sentí más cómoda con las disidencias y ahora entiendo que soy parte de una, porque soy gorda. Esa palabra que tiene tanta carga en mi subjetividad, si lo estuviera diciendo con la boca se escucharía más bajo gorda que soy. Soy es fuerte y firme. Gorda es el reflejo de las descalificaciones, y las muchas heridas que conlleva el volumen desbordante de una cuerpa grande.
¿Son válidos los eufemismos? ¿Por qué hay que decir gorda sin decirlo? Yo podría decir que soy alta con orgullo. Por qué decir gorda, gordo o gorde emula a la vergüenza, la mugre o lo detestable, la pereza, la gula y algunos de los pecados que castiga la cultura de nuestra sociedad.
Algunos médicos, representantes de la corporación científica, siempre han apelado a que reduzca mi peso corporal. Me han perseguido desde niña, como mis parientes, con esa culpabilización por ser gorda: “quizás tengas diabetes”, “quizás tengas problemas de salud en el futuro”, " ¡Es solo voluntad!" , "¿Por qué comés tanto", "La gordura es enemiga de la belleza", "los hombres no quieren a las mujeres gordas".
Todas esas cosas tienen un único resultado, fomentar el odio contra la propia cuerpa, odio contra sí misma. Sentimiento que propicia deshabitarse, pensar que ser gorda es un delito, del que una es la culpable. ¿Y quién puede cuidar lo que odia? Así comenzó la lucha contra mi cuerpa, pero también la lucha contra las ganas de destruirla. Ganas viscerales.
No hablo de ganas de matarme sino ganas de desaparecer. Prefería no tener más cuerpa que seguir en ese camino de odio y autodestrucción. Deshacerme pero como una gota de lluvia que se desarma al tocar el piso.
Recuerdo la discriminación y el hostigamiento sostenido, desde que tuve más o menos ocho años. Yo creo que ese odio ametrallado por la familia y la escuela, era contra unos 10 o 20 kilos de más.
Recién tengo un registro de mi peso alrededor de los 15, cuando además, de ser presionada por ser delgada, el problema era encontrar ropa para mí. Con 1.75 y con, más o menos, 10 o 20 kilos de más, ya la ropa de las tiendas no me servía. Al decir "de más", me refiero a los parámetros establecidos por la OMS referidos al peso. Para estar entre “les normales” debería pesar entre 67 y 75 kilos pero yo pesaba alrededor de 85.
Así empezaba ese juego perverso que te impone el sistema capitalista y patriarcal. Una tiene que entrar en los talles que inventan los fabricantes de ropa en lugar de acceder a prendas para la gente real. Incluso, existían percheros de talles “únicos” que, en ese momento, usaba una de mis amigas, que pesaba alrededor de 50 kilos y tenía una altura menor a 1.60. Ese es el parámetro en la Argentina, de una cuerpa ideal o mejor dicho, de una cuerpa normal.
A los 17 pesaba más o menos 92 kilos y padecí, literal, fobia de pasar los 100. Por aquella época, estaba de moda una truchada alternativa. En mi barrio la representaba una mujer, que te ponía semillitas en las orejas, con la promesa de sacarte el hambre. Esa mujer proponía dietas sin saber nada de alimentación. Y ahí bajé 20 kilos con una dieta hipocalórica, que después se convirtió en no comer casi nada, y llenarme la panza con gaseosas light y mate. Aunque siempre odié la gaseosa light y el mate. Obvio, que lo de las semillitas era un verso terrible, pero yo estaba convencida que por ser gorda, nunca iba a triunfar en algo.
Ese odio por mi cuerpa, no se fue con esos kilos. Era una chica de 18 años con un peso normal (para la OMS), que odiaba su cuerpa ,por gorda, cuando ni siquiera lo era. Ese peso me duró 4 años, después, volvieron los kilos, el odio nunca se fue.
A todo esto, yo no creía ser deseada ¿quién puede desear el odio del otro? Por muchos años la gordura fue un tema tabú, no quise hablar más de eso, tampoco cogía sino estaba borracha hasta olvidarme de todo. Mí odio por mí cuerpa, me impedía desear y ser un canal de algún tipo de placer consciente, menos de amor.
En ese momento, yo iba a boliches gay, sin ser gay. Me sentía muy cómoda ahí. Estaba podrida que en los boliches los varones observaran las cuerpas como un ganado en la rural. Que me escanearan de arriba abajo y al darse cuenta que era gorda, me miraran con desprecio o burla. Que algún pelotudo le dijera a otro: "ahí tenés", como diciendo dale levantate a esa gorda que está regalada. Me bajé del levante, no quería gustarle a nadie, ni quería que me miren, prefería deshacerme, desaparecer.
Entonces, un boliche gay sin ser gay, era un buen refugio. Un lugar seguro en donde podía divertirme sin desprecio, sin burlas, sin miradas incómodas y sin que ningún varón me quisiera levantar.
Tengo rasgos bastante hegemónicos, que siempre me jugaron en contra en la discriminación sostenida. No faltaba el comentario: "Sos tan linda, tenés que adelgazar" era como decirme, sos linda pero te afea ser gorda. O sos fea, pero si fueras flaca serías linda. Si fueras. Como si uno pudiera ser lo que los otros quisieran, o ser una proyección de algo que quizás podría ser. Pero no, yo era (soy) una mujer gorda.
A los veintipico pesaba 105, cuando supe lo que era una caricia, un beso suave, sentir placer, acabar. Antes, había cogido pero no había sentido nada. El varón que me acompañó en ese aprendizaje, era bastante más bajo que yo. Mi odio lo vi reflejado en él. El pibe también era diferente a esa imagen corporal que nos imponen a todes, según nuestro género. Mujer debe ser débil, sumisa, pequeña. Varón debe ser grande, fuerte y dominante. Les dos estábamos juntes afuera de la norma.
Me costó reconocer que me podía gustar un pibe mucho más bajo que yo. Quizás era mi propia cuerpa, ya desaparecida y silenciada, que actuaba por reflejo. Ahí empecé a coger, todavía no podía creer que pudieran desearme. Aún me cuesta. Puedo nombrar mi gordura, puedo pintarme de colores los ojos y la boca, puedo sentir placer
El odio sembrado durante tanto tiempo no se va, no se deshace. Intento soltarlo en cada palabra, desarmarlo. El amor propio no es un chip automático que te vendan por ahí. Aunque mi conciencia entiende que nadie es más lindo o más feo por ser más gordo o más flaco. Incluso, nadie es más deseable o indeseable que otre. Pero ¿Qué tan rápido se desanda toda una vida de discursos plantados? Aunque todo sea una mentira para venderte bajas calorías, porque más te odies, más vas a comprar. Más vas a querer transformarte en otra persona, lo más parecida a esa Barbie, con la que jugamos de pendejas, tantas generaciones.
El odio te lo disparan toda la vida. Es un trabajo diario transformarlo en amor. Mientras más ames y más hables, más libre vas a ser, gorda y todo. Gorda puede ser deseada, gorda puede ser libre. Gorda se puede ser, porque en este mundo normativo: ser es resistir.
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